Con el dolor dibujado en la cara y los ojos encharcados de lágrimas que no terminaban de caer, Emma contemplaba petrificada el panorama incierto de su realidad, mientras en su garganta las tristezas convertidas en nudo doloroso ahogaban el llanto que luchaba por salir.

Estaba en el punto más alto de las tragedias familiares que comenzaron en los dos últimos años y tornaron su vida, hasta ese momento de ensueño, en una pesadilla cruda e interminable. Después de un tiempo de bonanza y bienestar financiero que marcó los primeros años del matrimonio en el nuevo domicilio, la adversidad visitó los negocios de la familia y las penurias económicas hicieron su aparición; las obligaciones crecieron y se hicieron imposible de cumplir y como consecuencia su esposo terminó preso añadiendo a la situación vergüenza y dolor; los alimentos empezaron a escasear y apareció una extraña enfermedad que deterioró hasta un punto crítico la salud de Emma.

Acababa de salir del hospital en donde nació muerto su último hijo. Durante el trabajo de parto se presentaron algunas complicaciones que por poco le cuestan la vida; experimentaba fiebres altas y fuertes dolores en el busto, era una mujer lactante sin un hijo que amamantar. Estaba sola con sus cuatro niños, el cuerpo enfermo y el alma resquebrajada por el dolor de la muerte.

Pensaba con tristeza en la tarde apacible cuando llegó a aquel pueblito de  calles polvorientas y desordenadas cuatro años atrás. Su arribo fue todo un acontecimiento y entre fiesta y algarabía, que ahora era solo recuerdos, los amigos y familiares del esposo la recibieron con afecto y calidez.

Era una de las pocas forasteras en el pueblo; su presencia generaba mucha curiosidad a los lugareños, quizá porque se les hacía extraño que una mujer de apariencia delicada y trato refinado terminara viviendo en una comarca lejana a su ciudad de origen y de costumbres tan diferentes. Algunos hasta se atrevieron a apostar que antes de un año la inclemencia del clima tórrido la sacaría corriendo de allí.

Nació, creció y se educó en la capital donde creía estaba su destino; allí en las aulas de la universidad conoció a Juan, un estudiante destacado y muy culto, a ella le parecía, <para ser un hombre procedente de la provincia>. En poco tiempo comenzaron una relación de noviazgo que se selló en el altar algún día de abril. Los primeros años de matrimonio los vivieron en la ciudad sin mayores sobresaltos; él se movía alegre en los círculos culturales y tenía un empleo que le daba a ganar lo suficiente para sostener los gastos de su hogar. Sin embargo, algunas circunstancias familiares exigieron su regreso al pueblo y Emma no dudó en dejar atrás su vida de mujer citadina y las comodidades que la capital ofrecía, para comenzar una nueva vida en aquella región olvidada y rezagada en el tiempo.

Ella era una mujer elegante, bella y de rasgos delicados; su tez clara y larga cabellera negra contrastaban con el prototipo de las mujeres del lugar. Sus modales finos le daban una apariencia frágil, aunque en realidad poseía temple y un carácter firme y resuelto. Era ama de casa abnegada y madre ejemplar. Su trato cordial le hizo ganar el respeto de la mayoría de sus vecinos y la envidia de algunos. Trabajadora y bondadosa, se esforzaba por ser la esposa idónea y acompañaba con amor, compromiso y esfuerzo a su esposo en el empeño de levantar una familia honorable.

Un repentino llamado, la sacó de la bruma de recuerdos y nostalgias que la poseían. Con esfuerzo caminó hasta la entrada y abrió la puerta con una sonrisa amable aunque insuficiente para esconder sus penas.

Buenas tardes Emma, no se ve muy bien; ¿cómo se siente?

Era Herminia, una de las pocas vecinas que llegó a considerar amiga, con quien compartía recetas, visitas y largas conversaciones, a pesar de las diferencias sociales que eran evidentes entre ellas.

Herminia era un poco menor que Emma y más diestra en los asuntos de la culinaria; también era madre de cuatro hijos y vivía a diario una batalla campal con su marido por cuenta del alcoholismo de este y su trato osco, que la tenía sumida a ella y a sus hijos en una vida miserable y triste.

Buenas tardes Herminia, tratando de pasar este momento duro, la verdad no me siento muy bien.

Tiene que descansar ahora, lo más importante es que se pueda recuperar; hay que pensar en extraer la leche que está produciendo, porque se puede presentar una infección si no se hace.

Pero, ¿cómo se puede hacer eso?, ni siquiera tengo un extractor y por aquí es muy difícil conseguir uno.

Nos toca buscar una mujer que este recién parida para que le preste a su hijo, eso es urgente, ya mismo averiguo por alguna.

Ojalá que sí, aunque en los días que estuve en el hospital no se presentó ningún parto.

Bueno Emma, apenas sepa algo le aviso, hasta luego.

Hasta luego Herminia y muchas gracias.

Después de algunas horas, Herminia regresó con expresión de preocupada y noticias no muy alentadoras.

Emma, no pude encontrar a una sola mujer amamantando.

¡Cómo va a ser! ya no aguanto más el dolor en el pecho, siento que se me va a reventar.

La única solución que yo veo, es ponerle a un perro recién nacido.

¿Un perro? No, eso no es posible, eso es asqueroso— contestó Emma conmocionada.

Pero es la única solución que hay para evitar una infección. Es muy impresionante, lo sé, pero es eso o arriesgarse a un mal peor.

Impotente ante la amenaza de la fatalidad y acosada de dolores indecibles, escandalizada y con repulsión, Emma accedió y en las siguientes semanas un cachorro de cualquier perra del vecindario, terminó ocupando tres veces por día, el lugar en su regazo que estuvo reservado para el hijo que la muerte se le llevó.  

Durante el tiempo de recuperación en los días siguientes, Herminia prácticamente se hizo cargo del cuidado de la casa y de los niños de Emma, ella en medio de sus dolores agradecía tanta demostración de  benevolencia.

Con alguna frecuencia Herminia aparecía llevando algún plato de comida típica de la región que era recibido con aprecio, a Emma le parecía curioso que las conversaciones de su vecina eran casi siempre acerca de historias de brujería, que según Herminia, eran cosa muy común en aquella región y las escuchaba sin darles mayor credibilidad, convencida que se trataba de alguna forma de distracción que su amiga intentaba, para abstraerla de su dura realidad.

De vez en cuando Herminia le confiaba sus tristezas y el réquiem de penas acumuladas durante los tristes años de vida al lado de su marido; Emma con la paciencia del cura confesor, le escuchaba y a pesar de sus propias penas, siempre tenía palabras de consuelo y uno que otro consejo bien intencionado para ayudarle a sobrellevar tantas y tan pesadas cargas; a pesar de sus propios dolores, se condolía con sinceridad de su situación.

Llegó a valorarla como una verdadera amiga, apreciaba la generosidad con la que, a pesar de su pobreza, compartía el alimento y el tiempo que invertía para ayudarla en los quehaceres de la casa que el deterioro progresivo no le permitía realizar.

Después de un prolongado tiempo en la cárcel, puesto en libertad Juan, el esposo de Emma, retornó a su hogar con la ilusión de retomar su vida en el punto en que la infamia la había dejado suspendida. Su regreso fue un aliciente para ella y sus hijos, quienes recobraron fuerzas y la seguridad que la presencia protectora del padre les prodigaba. Las esperanzas renacieron, pero en realidad algunas cosas no mejoraron.

Con el estigma de la cárcel a cuestas, las oportunidades de encontrar un nuevo trabajo desaparecieron. La sanción social, el rechazo familiar y el desprecio de los que alguna vez consideró amigos, se descargaron inmisericordes sobre el marido de Emma, dejándolo sin una oportunidad siquiera de producir al menos el sustento de su familia.

En cuestión de días la situación se volvió insostenible; el hambre y la angustia se notaban en la cara de todos mientras que los padecimientos de Emma cada día en aumento terminaron por postrarla en cama. Sus males llegaron a ser tales, que el médico del pueblo se declaró incapaz de continuar su tratamiento; simplemente no comprendía qué estaba generando una afectación igual, lo intentó todo y se esmeró con mística y profesionalismo a una causa que lo desbordó. Rendido sugirió su traslado a la capital en busca de medicina especializada, algo que simplemente no era posible. El deterioro de la salud de Emma era sobrecogedor y la tragedia se asomaba amenazante y feroz. Las alegrías del hogar se mudaron en tristezas y desconcierto; el frío se sentía en el alma y la atmósfera de la casa se hizo densa y espeluznante; impotentes, Juan y sus hijos veían a su Emma todos los días morir un poco; el cabello comenzó a caérsele, su rostro se marchitó y el sonido dulce de su voz se fue apagando; la vida se le escapaba con cada exhalación y el brillo de esa mirada que iluminaba como faro la vida de la familia, se extinguía sin explicación.

Aferrados a la fe que profesaban desde su juventud esperaban un milagro, una intervención divina que benevolente obrara la gracia que la ciencia humana incapaz le negaba. A pesar de la crudeza de la situación, el sueño de ver crecer a sus hijos y llegar juntos a viejos les alimentaba las esperanzas; de rodillas al pie del lecho donde yacía Emma, Juan rogaba incesante en busca de clemencia, esperaba con certeza el don que sus ojos no veían, la misericordia que le devolviera la salud a su compañera y el gozo al hogar.

No te preocupes Juan, pronto todo volverá a ser como antes.

Yo sé, solo que no me gusta verte así, debes recuperarte, esta casa no es nada sin ti.

Voy a estar bien, voy a estar bien. ¿Qué van a cenar tú y los niños hoy?

No sé, más tarde me ocupo de eso.

La vida se les convirtió en una lucha diaria por la supervivencia. Todo era difícil como si el universo conspirara en su contra; por ninguna parte se vislumbraba siquiera una luz de esperanza, la frustración les embargaba  el alma y hasta el tendero del barrio les cerró el crédito porque la cuenta estaba demasiado crecida y con muchos días de mora, era un tiempo aciago.

Alguna tarde mientras el esposo de Emma deambulaba por la calle, un extraño lo abordó sorpresivamente. Su aspecto era foráneo y sus palabras le resultaron extrañas aunque dichas con tal gentileza, que lejos de producir desconfianza, le resultaron cálidas y reconfortantes.

Buenas tardes, usted no me conoce pero yo sé lo que le está sucediendo y cuáles son las causas.

¿De qué me habla? ¿quién es usted?

Yo vine a ayudarlo, puedo ayudarlo y quizá soy el único que puede hacerlo.

No entiendo lo que trata de decirme.

Sí me entiende. Le repito que yo sé todo por lo que usted y su familia están atravesando.

Todo el mundo conoce mi situación.

Así es, pero nadie sabe dónde se origina su problema ni cómo solucionarlo. Yo sí— dijo enfático— su situación obedece a fuerzas que usted no podría entender, no buscan hacerle daño nada más, la finalidad es matar a su esposa y a sus hijos; eso hay que contrarrestarlo enseguida, ya casi no queda tiempo.

Pero, ¿cómo espera que yo le crea?

Esta vez debe confiar.

Y usted ¿qué espera a cambio?

Nada en absoluto, solo cumplir mi misión. No se preocupe. Mañana a las tres de la tarde lo voy a visitar y usted podrá comprender muchas cosas — y sin más palabras se alejó.

De regreso en su casa, dudó comentarle el incidente a Emma. Repasó mil veces en su mente la conversación surrealista sostenida con aquel extraño y se preguntaba qué de cierto pudiera tener lo que dijo, aunque todo le sonaba tan irracional y sin sentido. Solo hasta la mañana siguiente le comentó que ese día recibirían una visita.

A las tres de la tarde en punto tres golpes en la puerta principal, avisaban la llegada de aquel hombre extraño y enorme.

Pensó que no vendría ¿verdad?

En realidad ni siquiera sé si la conversación de ayer fue cierta.

Pues sí lo fue y aquí estoy.

La verdad no sé qué pensar.

No hay mucho en qué pensar, si me permite entrar, al menos entenderá de lo que le he estado hablando.

Pero yo no lo conozco, porqué lo debo dejar entrar.

Porque yo soy el único que puede acabar con la causa de sus desgracias.

Y ¿cómo puede hacer eso?, si es que puede.

Debo entrar, déjeme entrar, no tiene nada que perder y le repito: no tiene que pagarme nada.

Ya dentro de la casa, el extraño visitante recorrió cada rincón mirando de arriba abajo como buscando algo, no pronunciaba palabra y era seguido de cerca por Juan y los cuatro hijos, en la cama Emma no se daba por enterada de lo que sucedía.

Terminado el recorrido dentro de la casa, salió al patio el cual recorrió sin prisa escrutando con la mirada cada centímetro. Tras unos minutos se detuvo detrás de la habitación matrimonial y señalando un punto preciso, ordenó que alguno de los hijos excavara un hueco, el sol comenzaba a declinar y la luz tenue anunciaba la llegada intempestiva de la noche cabalgando en una ráfaga espesa de viento tibio.

Con apremio uno de los niños inició la excavación, pero un fuerte y súbito dolor de cabeza lo sacudió, lo mismo ocurrió con el segundo y finalmente el hijo mayor pudo horadar el piso de barro endurecido por el sol.

Asomado a unos diez centímetros de profundidad estaba un frasco de vidrio transparente que con curiosidad e inclinado terminó de sacar. En su interior había pedazos de huesos y cabello humano enredado en una especie de barro oscuro y mal oliente, el resto estaba lleno hasta arriba de sal. La rareza del hallazgo estremeció a Juan.

Esto es lo que lo tiene en ruina a usted y está matando a su esposa.

Pero ¿qué cosa es eso?

La evidencia de la envidia y de la maldad humanas, es brujería, lo que usted ve es sal, cabello de muertos y tierra con sangre de un cementerio. Esto es una sentencia de muerte. Envuélvanlo en un plástico y vayan a botarlo lejos de la casa.

En la cabeza de Juan se arremolinaron mil pensamientos y se preguntaba, qué podía ser aquello y si de verdad tendría alguna relación con su situación y la salud de su mujer y sobre todo, quién habría enterrado eso en su patio.

Fue hasta la habitación a contar lo sucedido a su esposa, quien la mañana de ese día sufrió fiebres severas y tenía las piernas hinchadas como si fueran a reventarse. Cuando entró a la alcoba Emma sudaba copiosamente, sus piernas estaban evidentemente deshinchadas y aunque lucía demacrada, se apreciaba reconfortada, como si tuviera nuevas fuerzas, con la claridad de la voz recuperada dijo — de un momento a otro me he comenzado a sentir mejor.

En cuestión de una hora, estaba sentada y hablando fluidamente. Los dolores desaparecieron y hasta se animó a preparar un café. La alegría era grande, pero la sorpresa mayor.

Cuando volvió al patio, el visitante ya se había marchado tan misteriosamente como llegó; se fue sin despedirse, sin decir nada, solo se fue.

El resto de la tarde y parte de la noche sin entender en realidad lo que acababa de suceder; entre risas y abrazos celebraban el regreso a la vida de la esposa y la mamá.

Con detalle, Juan le contó el extraño hallazgo. Emma lo escuchaba estupefacta, sorprendida y hasta con algo de incredulidad. Hasta ese momento, las historias de conjuros y maldiciones eran asunto de las películas, no daba crédito a esas cosas y las cuestionaba como temas de personas sin educación.

¿Tú piensas que eso que encontraron enterrado tiene algo que ver con nuestra situación y con mi salud? — preguntó con inquietud.

La verdad no sé. Yo sí había escuchado algo acerca de eso, pero nunca he creído que en realidad tenga algún poder, lo curioso es que después que los muchachos lo sacaron de la casa y lo botaron, tu recuperación fue casi instantánea— le explicaba el marido.

Pero ¿porqué alguien querría hacernos algo así?, nosotros no le hacemos mal a nadie; ¿cómo es posible que pueda haber tanta maldad, que esas cosas en realidad tengan el poder de destruir una familia, quién puede tener con un corazón tan dañado para querer hacernos este tan grande mal? — inquiría Emma sin salir del asombro.

No tengo respuesta a ninguna de esas preguntas Emma, ni siquiera tengo seguridad que en realidad esto esté sucediendo, todo parece mentira, pero en fin, mírate, la única verdad es que estás mejor y por lo menos es una casualidad.

¿Y qué vamos a hacer si todo es cierto, si lo que sacaron del patio es algún maleficio, si alguien nos odia tanto como para querer vernos destruidos, para matarme? ¿cómo vamos a continuar la vida sabiendo que tenemos un enemigo tan peligroso y tan cerca y ni siquiera sabemos quién es?

Confiar Emma, solo confiar, que la providencia que no permitió que esto acabara con nosotros, continuará guardando nuestras vidas y nuestra familia. Es lo único que podemos hacer y dejar en las manos de Dios a quien nos desea tanto daño, creo que la prisión de su amargura es suficiente castigo; nosotros agradezcamos la nueva oportunidad que tenemos y sigamos adelante. Esta vez hemos triunfado.

La respuesta concluyente de Juan tranquilizó a Emma y fundidos en un abrazo todos lloraron agradecidos el reencuentro con la vida. La esperanza renació y los Padilla habrían de vivir mejores tiempos.

A la mañana siguiente, después de más de tres meses, Emma se levantó como solía hacerlo antes de la salida del sol. Su delgadez testificaba la crueldad de la prueba que estaba superada ya; con fuerzas renovadas se vistió, buscó su escoba y salió a barrer el frente de su casa. Un grito a sus espaldas la sorprendió — ¿Emma, qué haces levantada?, si tú te debes estar muriendo — era Herminia quien con gesto de disgusto no pudo disimular la extrañeza que le causó ver de pie a Emma.

Ese día Emma comprendió, que la maldad existe, que la envidia puede empujar sin razón aparente a cometer la bestialidad más grande con tal de acabar al prójimo y que los enemigos, a veces vienen disfrazados de buenos amigos.

Algunas semanas después, corrió la noticia que las autoridades de un pueblo vecino, habían detenido a un hombre que por las noches entraba a las propiedades ajenas y enterraba algo para después visitarlos y hacerles creer que tenía el poder de encontrar maleficios y desenterrarlos.

Al final, ni Juan ni Emma supieron qué pasó en realidad, lo único que contaba era que ella estaba recuperada, la prosperidad económica reverdeció y su vecina…bueno ella extrañamente nunca más les dirigió la palabra y en el pueblo vecino, el extraño hombre, circulaba la noticia, había desaparecido misteriosamente de la prisión.

Yo no creo en brujas, pero de que las

Categorías: Cuento

Jorge Parodi Quiroga

Abogado, especialista en Derecho Procesal; Docente universitario en las áreas del Derecho Procesal, Derecho Penal y Metodología de la Investigación; Conferencista en temas de superación personal y liderazgo. Político y Empresario. Desde muy temprana edad incursionó en el mundo de la literatura. Escritor de prosa y poesía, que ha conjugado con la elaboración de artículos científicos en el área del Derecho y de la Teología. Su concepción de la literatura, como medio de expresión, influencia y esparcimiento, se plasma en sus escritos caracterizados por una narrativa costumbrista, amena y dinámica, que mezcla emociones que pueden conducir al lector de las lágrimas a la hilaridad y al punto proponerle profundas reflexiones. El valor de la escritura, cuando se estima como una actividad del alma que no busca aprobación o aceptación, está en la excelsa posibilidad de ser dueño de lo que se plasma y por eso, cada obra, cada escrito, debe contener la esencia de las experiencias personales y la fantasía infinita de la imaginación como impronta genética que la vincula indivisiblemente con su creador.

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